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La mudanza

Siempre soñé con desvirgar a un muchacho. Creo que es el deseo de toda mujer que pasa la barrera de los 40 años y desea que un hombre le haga revivir la misma calentura que tenía a los 16. Un hombre que disfrute su cuerpo, sin hacerle caso al paso del tiempo. Un hombre joven, virgen de sexo, capaz de echarle cinco polvos en una noche. 

Yo tuve hace poco esa oportunidad. Y no la desaproveché. 

Estaba en plena mudanza de barrio y, por ser día laboral, mi marido no podía ayudarme a empacar las cosas, ni a echar a la basura tantos trastos que una guarda a través de los años. Como sabía que me iba a llenar de tierra preparando las cajas, me puse ropa cómoda. Apenas unos shorts de algodón, una camiseta tipo top, bien cortita y por supuesto, nada de ropa interior. Estaba preparada para moverme cómodamente y sudar como negra. 

Habré corrido cajas, botar basura, empacar ropa, durante unas tres horas sin parar. Pero ante el desafío de bajar sola unas cajas del altillo por la pequeña escalera, me dí por vencida. Era una tarea difícil de hacer por una sola persona. Se necesitaban, por lo menos, dos.

Al mirar por la ventana del altillo, se me prendió la lamparita...

Allí a pocos metros de mi casa, en la casa de mi vecino, Jorgito estaba jugando con su aro de basquet. Pude observar durante un momento, la vitalidad de ese jovenzuelo de unos 15 años, como mucho, que corría y saltaba embocando el balón en el aro. 

Abrí la ventana y le dije si me daba una mano bajando unas cajas del altillo. El asintió a mi pedido, explicándome además que no había problema, ya que no había nadie en su casa que lo necesitara. Corrí a abrir la puerta, subimos con Jorgito hasta el altillo y le expliqué el problema. 

Hasta ese momento, juro que ni se me había cruzado por la cabeza, la idea de tener sexo con el muchacho. Pero, allí solos, casi en penumbras, observando su cuerpo transpirado de hacer deporte, un escalofrío de curiosidad recorrió mi cuerpo. Y me dije: ¿ por qué no ? 

Sobre la marcha preparé mi plan. Mientras Jorgito movía unas cajas, me agaché cuantas veces pude ante su mirada. Siempre tuve un culo grande, bien formado, pero en short de algodón, era exageradamente tentador. Además, noté que en cada agachada, se me metía la tela del short en mi peluda raja, seguramente, dejando a la vista del muchacho, mis carnosos labios vaginales. Puede comprobar que así sucedía, ya que cada vez que me inclinaba, Jorgito debaja de mover las cajas en el altillo. 

Como para calentar más al muchacho, le pregunté si tenía novia. Me respondió que no, que nunca había tenido una aún. Yo le dije que era extraño que un joven tan apuesto y varonil, no hubiese aún besado a una mujer. Que ya le iba a tocar el momento... 

Mientras hablábamos, sentí que mi raja se humedecía de solo pensar tener un pedazo de carne joven, fresca, bombeando leche en su interior. Me dí cuenta que los pezones se me endurecían de excitación y esto quedó evidenciado en el top de algodón que llevaba puesto. Ahora, mis tetas, estaban coronadas por dos botones que sobresalían claramente por sobre el frágil tejido. Me acerqué lo más que pude a Jorgito para que notase esto. Inclusive, con la excusa de colocar dos cajas pequeñas por encima de él, le apoyé en sendas ocasiones, mis tetas en su espalda y en su nuca. 

Fue allí cuando noté que el altillo se estaba impregnando de olor a sexo. Por un lado, mi raja húmeda y pegajosa. Por otra parte, la polla de Jorgito había comenzado a endurecerse, seguramente descubriendo la piel de su miembro, y dejando al aire restos de leche cuajada alrededor de su virgen prepucio, testigo de vaya a saber cuántas pajas a escondidas.

No me había equivocado. El muchacho, notablemente excitado, hacía lo imposible por esconder el promontorio que ahora aparecía en su pantalón deportivo. Viendo esto, tomé la iniciativa. Le pedí que bajase las cajas del altillo, mientras yo debajo, le sostenía la escalera. 

El pobre, con vergüenza, subió a la escalera y yo enseguida me acomodé tras de él. Y sucedió lo esperado. Al pasarme la primer caja, tuvo que girar su cuerpo, y allí, a menos de diez centímetros de mi cara, quedó su bulto a mi disposición. Podía oler su virgen polla por debajo del tejido de su pantalón. Imaginaba un pequeño par de testículos, rosados, redondos, hinchados de leche calentita. 

Fue así que aprovechando que Jorgito sostenía la caja con sus dos manos, me elevé un poco en la escalera junto a él, y le apoyé en pleno mis dos tetas sobre su erecta polla. Tomándome el trabajo de refregarme lentamente, mientras ahora descendía yo la caja que me había alcanzado. Pude sentir su pequeño palo entre mis tetas, firme, hirviendo de calentura. 

Al descender la segunda caja, me di cuenta que era ahora o nunca. Porque de entrada, al subir a la escalera, le apoyé las tetas nuevamente en su polla, y por debajo del tejido, sentí que se estaba derramando a borbotones. Ni corta ni perezosa, ante la mirada atónita del muchacho que sostenía allá en lo alto la caja con sus dos manos, le bajé su pantalón buzo y su polla me salpicó - con sus últimas escupidas - la cara de leche. Noté que Jorgito estaba temblando, no sé si de miedo o placer, y me enterré su polla en la boca, la cual siguió arrojando leche por varios segundos más, mientras se la mamaba lentamente. Tragué mucha lechita deliciosa, dulce, caliente que regó mi paladar. Después, sosteniéndole su pequeña polla con mis manos, le terminé de bajar la piel, y le limpié con mi lengua la cuajada de leche rancia que tenía adherida a su prepucio. Ahora su polla relucía de brillante después de mi mamada. 

Sin decir palabra alguna, bajé al muchacho de la escalera y lo acosté en el diván que teníamos en el entrepiso de la casa. Le quité toda su ropa y me quité lentamente la mía. Noté que su mirada se concentraba en mis tetas y en mi carnosa raja. Por lo tanto, le apoyé mis tetas en su cara y metí unos de mis negros pezones en su boca. Chupó y chupó de maravillas el travieso. Mientras tanto, le propinaba una paja con mi mano, preparando su dura polla para otra corrida. 

Para ello, me subí al diván y me puse en cuatro. Lo agarré por su cabeza, le di un par de besos de lengua, profundos, metiéndole mi lengua hasta su garganta y luego lo puse a lamerme la raja y el ojete al mismo tiempo. Me pasaba la lengua como un perro, lamiendo de agujero a agujero, bebiéndose todos mis líquidos... 

Inclusive, el muy diablillo se empecinó con mi ojete. Metiendo su lengua y sacándola a un ritmo que casi me hace botar un pedo. Sentía que mi ojete se dilataba como nunca, entonces, agarrando con mi mano su turgente polla, hice que me montara como perro y clavara su pequeña barra de carne en lo más profundo de mi culo. Habrá estado cabalgándome sin detenerse durante media hora, estábamos totalmente transpirados. Yo había tenido dos orgasmos seguidos y él, se había corrido - sin sacarla - dos veces también en mi peludo agujero. 

Finalmente, casi bajando el sol, lo acosté en el diván, y sentada en el piso, mientras me masturbaba con la mano, le regalé una última mamada, tragándome su verga hasta la base de sus testículos. Bastaron pocos minutos para que él también me regalara sus últimas gotas de leche, las cuales saboreé el resto de la noche.


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